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Presentación del libro
Martes 12 de febrero, 2013
Castillo de Chapultepec

LOS VIAJES DE MAXIMILIANO EN MEXICO (1864-1867)
Por Konrad Ratz y Amparo Gómez Tepexicuapan

Comentarios de C.M. Mayo

Querida Amparo; compañeros comentaristas; Señoras y Señores:

Antes que nada, quisiera agradecer la muy amable invitación para participar en la presentación de este magnífico libro, sin duda en un inmejorable escenario. Para mi tiene un doble significado este evento: primero, es un tributo a los autores, a quienes respeto profundamente en lo profesional y personal, y aprovecho este instante para mandarle mis mejores deseos al Dr Ratz , quien no ha podido estar presente aquí por motivos de salud; y segundo, por la profundidad con que se aborda el tema mismo del libro.

Como dice el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena. Pero esto no quita que hubiera apreciado inmensamente haber tenido a mi disposición este libro, investigado meticulosamente y documentado e ilustrado maravillosamente, cuando estaba en el proceso de escribir mi novela.

Como saben todos quienes se meten a estudiar este periodo, el Segundo Imperio o Intervención francesa, fue un episodio de la historia mexicana verdaderamente transnacional: ahí tenemos al archidique austriaco, el ejército francés, tenemos empresarios y banqueros ingleses, norteamericanos, todo tipo de mexicanos, tanto condes como indígenas y belgas y húngaros y hasta la reina Victoria y el Papa... Para poder investigar a fondo, uno tiene que leer cartas, informes y libros no solamente en castellano, francés y alemán, sino también en inglés y en ocasiones sería deseable—y en mi casi no fue posible— en portugués, italiano o húngaro. Aparte de esta Torre de Babel, las costumbres, filosofias e incentivos de tan diversos protagonistas, tanto mexicanos como extranjeros, son muy dificil de tomar con seriedad. Nada más para dar un ejemplo entre cientos, para quizá cada uno nosotros, nacidos en el siglo XX, ciudadanos de una república, ya sea Mexico o en mi caso, los Estados Unidos, cuando leemos el tomo escrito por Maximiliano y Carlota durante su traslado a México, nuestra inclinación natural es de reír. Estoy hablando del Reglamento y ceremonial de la corte en el cuál se especifica hasta el color de los calcetines de los meseros, a quién le toca un cojín de terciopelo en tal ceremonia y a quién no. No obstante, en el contexto del mundo de esta pareja, es decir, el Europa de aquel entonces en donde los rituales monárquicos, con su énfasis en demostrar y hasta intimidar con su riqueza, orden y poder, dicho reglamento tiene un perfecto sentido.

A esta complejidad más que bizantina de este periodo añadimos el hecho de que Maximiliano y Carlota viajaban casi constantamente. Esto me quedó claro desde el principio de mis investigaciones, con la leida de un par de libros, empezando con el de Conde Corti por supuesto. ¿Qué novelista no estaría muy contento al contemplar la cornucopia de escenas en los palacios de la ciudad de México, entre las flores y fuentes de Cuernavaca, en la húmeda oscuridad de una mina de plata en el Bajío, o en un cañon empinado con vista a la nieve del Pico de Orizaba?

La cantidad e intensidad de los viajes de la pareja imperial me quedó aún más claro al encontrar una multitud de cartas e informes relevantes en varios archivos. Maximiliano iba a Irapuato, Celaya, Morelia. Carlota lo representó en Yucatán. Luego, siguiendo el ejemplo de sus contrapartes en Europa, a Maximiliano se le ocurrió establecer una residencia durante parte del año fuera de la capital. Esto sucedió en el invierno de 1866, cuando trasladó la corte a Cuernavaca. Para el verano de 1866 su imperio era insostenible, Carlota huyó a Paris, a su trágico destino de locura. Maximiliano, después de ir y venir y andar y vacilar, cayó en Querétero.

Pero nunca encontré una crónica completa y bien documentada de todos las viajes y por eso, identificar con precisión dónde se encontró Maximiliano o Carlota en un momento dado era similar a lidear con un rompecabezas. Y de hecho, en muchas instancias, me quedé con la cabeza entre mis manos.

Mi investigación se enfocó en la historia de algunos miembros de la familia Iturbide en la corte de Maximiliano. Como saben todos los mexicanos, sobre Maximiliano y Carlota no hay falta de anécdotas y leyendas y una de estas, poco conocida, era la de su supuesta "adopción," entre comillas, de Agustín de Iturbide y Green. Este niño de 2 años de edad, era nieto de Agustín de Iturbide e hijo de Doña Alicia Green de Iturbide, una estadounidense de una familia Washingtoniana muy destacada, y con una personalidad sumamente combativa, en particular en sus intentos en Mexico, Washington y hasta París de recuperar a su hijo.

Como explico en el epílogo de mi novela (y por eso no voy a extenderme hablando sobre el tema aquí), en la gran mayoría de la literatura sobre el periodo la historia del pequeño príncipe aparece erróneamente contada o se le da tan poco espacio que resulta un verdadero misterio: ¿quién era?, ¿por qué Maximiliano ofreció y la familia Iturbide acceptó este extraño arreglo?

La leyenda es de Maximiliano y Carlota asumiendo el papel de padres con el pequeño Iturbide. Pero al descubir la cantidad de viajes tanto de Maximiliano como de Carlota, tuve que concluir que deben haber sido muy pocas las instancias en que el niño se encontró con la pareja imperial. Más bien se quedó bajo el cuidado de su tia madrina, su cotutora según el contrato con Maximiliano, la Princesa Josefa de Iturbide. Desafortuadamente para mí llegué a tal conclusión después de mucho más tiempo y labor que hubiera sido el caso de haber podido leer a tiempo este maravilloso y escrupulosamente documentado libro de Konrad Ratz y Amparo Gómez Tepexicuapan.

Quisiera en particular felicitar tanto a los autores como a la editorial, por la calidad y cantidad de las fotografías de personajes y sitios. Entre los muchos que pudiera mencionar, me impresionó encontrar en el capítulo "Cuarto viaje: Cuernavaca," no solamente una carte-de-visite del Palacio de Cortés circa 1866, sino también el "Plan detallado de una parte de la ciudad de Cuernavaca levantado por orden de Su Majestad Imperial, 1866" illustrado con medallones de las vistas encantadoras, y una foto, muy escasa, de Olindo, el pequeño retiro privado que Maximiliano construyó para Carlota en Apacatzingo, y además una carte-de-visite del Jardín Borda, es decir, de la casa de campo de Maximiliano. Al ver el patio pelón y las paredes manchadas del Palacio de Cortés, y en las Jardines de Borja y Olindo lo casi salvaje frondoso de los arboles, podemos apreciar la atraccción rústica, pero también el aislamiento peligroso de Cuernavaca en tiempos de guerra.

Quisiera también señalar la importancia del mapa en la página 88, el cual nos ilustra los seis viajes de Maximiliano, cada itinerario con un color distinto, y así, con elegancia, nos transmite una complejidad inmensa a través de un medio que podemos comprender de un solo golpe.

Sin duda, en el transcurso de los años, habrá un ejercito de investigadores académicos, novelistas, guionistas y más quienes se beneficiarán de esta magnifica aportación por Konrad Ratz y Amparo Gómez Tepexicupan. Pero Los viajes de Maximiliano en México es también una obra para cualquier persona interesada en este periodo tan extraordinario, a la vez triste, glamoroso, sangriento, bello, feo y en cierto sentido, siempre misterioso y con sus cualidades surrealistas, cual sueño.

Al escribir y sobre todo después de publicar mi novela, me hice cuenta que en muchas familias, tanto en México como en otros paises, incluyendo el mío, se sobreviven anécdotas de la época de Maximiliano, un vestido de baile, un anillo, un retrato, un ejemplar del Reglamento de la corte, cosas que se han pasado de la tatara abuela a la bisabuela a la abuela a la nieta, o del tio tatara abuelo a su hija y la ahijada de ella, etcétera. Hace poco me llegó la historia de las peritas en almibar, servidas a Maximiliano en un banquete durante su visita al Bajío, en el que debe haber sido su primer viaje en 1864. Quisiera citar un breve extracto del mensaje de correo electrónico que me llegó de San Miguel de Allende por Maruja González en 2011, el cual, con su permiso, se encuentra en mi blog:

No sé por qué causa hospedaron a Su Majestad en la casa de mis tatarabuelos (de la familia Lambarri, en la esquina de San Francisco y Corregidora) y ahí se le hizo solemnísimo banquete con música y solistas y las señoras encopetadas lamentaron mucho la ausencia de la Emperatriz, Carlotita, como ya le decían de cariño. Todas estas señoras de la crema y nata de San Miguel se pulieron haciendo rebuscados manjares a cual más exquisito y lucidor. Una de mis tías tuvo a bien preparar unas peras en almíbar que encantaron al monarca, quien se volcó en elogios a tan maravilloso postre. Esta anécdota, como se comprenderá, es otro de los orgullos de la familia junto al de la tía Tita, que componía poesías a la Virgen del Tepeyac y el de mi tía Lupe la cristera. A mi hermana y a mí esa historia nos embobaba, era nuestro único contacto con la realeza aunque mediara un siglo entre nosotros y nos transportábamos a un cuento de hadas propio. —Un día de estos les voy a hacer las "Peritas del Emperador"—nos decía mamá y esperábamos y esperábamos y ese día tardaba en llegar. Tras muchos ruegos llegó el momento ansiado: —Hoy hay de postre "Peritas del Emperador"—.Ilusión, suspenso… Llegó a la mesa el platón con unas tristes peras de San Juan también nadando en un triste almíbar que tenían un sabor soso más triste aún. — ¿Y esto le ofrecieron a Maximiliano? — Nos ganó una risa de no parar.

A veces la historia y sus protagonistas parecen lejos de ser humanos, cual estatuas de mármol. Lo que me encanta de esta anécdota del postre, así como lo que me encanta de la importantísma aportación de Konrad Ratz y Amparo Gómez Tepexicuapan, es que al aterrizarnos a la cotidianidad de ciertos episodios de un siglo y medio atrás, nos acerca a los seres humanos que lo vivían.

Quisiera concluir con mis más sinceros votos de que se traducirán al español más de las mágnificas obras del Dr Ratz publicados originalmente en alemán, en particular, Maximilian und Juárez.

Muchísmas gracias.

C.M. Mayo