C. M. MAYO
El último príncipe del Imperio Mexicano

C.M. Mayo < Publicaciones < Ensayos <

Ensayo:
 El sujeto como idea y los límites de la no ficción.
Las "verdades emocionales" de la historia real novelada.

(El caso de El último príncipe del Imperio Mexicano)

por
C.M. Mayo
*************************
 



De la compilación de Mílada Bazant
(prólogo de Enrique Krauze)

Biografía. Métodos, metodologías y enfoques
El Colegio Mexiquense, 2013

************************

La ficción busca la verdad, aunque sea una poética,
de principios universales los cuales no fácilmente se
traducen a códigos morales.

John Gardner
Según la editorial, mi novela es "la increíble historia del desconocido nieto de Agustín de Iturbide, a quien Maximiliano de Habsburgo adoptó, convirtiéndolo en el presunto heredero de su imperio". Viéndola de frente, es una historia confusa. ¿Por qué desconocido? ¿Por qué Maximiliano le quitó el niñito a sus padres? ¿Y por qué los padres, por los menos al principio, aceptaron esto? ¿Por qué la historia se presenta en forma de ficción? Para responder estas preguntas tenemos, primero, que entender el contexto social y político de la época, segundo, tenemos que ir más allá de nuestra comprensión común del significado de una familia, y tercero, entrar al misterioso terreno del corazón humano.
......Primeramente, esta novela es más que la microhistoria de un desconocido nieto. Es nada menos que la historia de la derrota de una idea de lo que hubiera sido ser mexicano. Los mexicanos de hoy no son súbditos sino ciudadanos. No olvidemos que hace ciento cincuenta años, la monarquía como forma de gobierno era ampliamente, si no universalmente, aceptada. Este período es significativo también porque, aunque México ha tenido una larga historia de invasiones extranjeras, la Invasión francesa fue la peor de todas. Fue masiva y brutal y sólo mediante un esfuerzo extraordinario pudo ser derrotada. En una monarquía, el presunto heredero representa, literalmente, el estado futuro. El presunto heredero es más que un ser humano, aunque sea un niñito de dos años de edad: es el símbolo vivo de la contuinadad y por lo tanto establidad del estado.
......Segundo, muchos historiadores hablan de que Maximiliano "adoptó" al pequeño, pero Maximiliano lo entendió como algo más o menos análogo a la relación entre Luis Napoleón, el emperador de Francia, y los príncipes Murat, según vemos tanto en su correspondencia como en la segunda (casi desconocida) edición de 1866 del Reglamento de la Corte, en la cual se dedica todo un nuevo primer capítulo sobre los Príncipes de Iturbide. Así que Maximiliano no pensaba en el niño como si fuera suyo, sino más bien como una especie de primo, un pariente con el status de Alteza que quedaba bajo su liderazgo y protección. De hecho, según el contrato firmado entre Maximiliano y la familia Iturbide, Maximiliano es responsable de la educación del niño y su primo, Salvador de Iturbide, mientras que la tía madrina de los niños, Josefa de Iturbide, asume el papel de co-tutora. Carlota negoció el contrato con la familia, pero no aparece su firma en el documento.
......Así como dijo Oscar Wilde, "La verdad es raramente pura y nunca sencilla."
......Para hacer más grande la confusión, el contrato no salió a la luz pública y por lo tanto, aún personas cercanas a Maximiliano estaban completamente perplejas.
......La obra mejor conocida sobre el Segundo Imperio —y la primera basada en investigaciones en el archivo de Maximiliano en el Haus-, Hof-, und Staatsarchiv de Austria, Maximilian und Charlotte, de Egon Caesar Conte Corti— ofrece lo que ahora considero un recuento preciso de la pugna de los Iturbide con Maximiliano, pero en dicha obra está resumido en una sola página.
......Maximiliano íntimo: El Emperor Maximiliano y su corte, una de las indispensables memorias escritas por un testigo —el secretario de Maximiliano, José Luis Blasio— de manera similar relega a los Iturbide a la más breve de las menciones y se refiere a "el pequeño Agustín, entonces de cinco años de edad e hijo de don Ángel de Iturbide, muerto ya, y de una dama americana". Tres fallas aquí: el niño tenía sólo dos años y medio, Ángel estaba lo suficientemente vivo como para haber podido firmar el contrato de Maximiliano, y Alicia ni siquiera alcanzó la mención de su nombre.
.....Hay muchas otras obras sobre el Segundo Imperio, donde se trata sólo de pasada el episodio de los Iturbides. Un ejemplo más: Maximilian in Mexico: A Woman's Reminiscences of the French Intervention 1862-1867, de Sara Yorke Stevenson, una magnífica obra en todo lo demás, relega el asunto de los Iturbide a un retazo de nota de pie de página, a propósito de la huida de Maximiliano de Chapultepec a Orizaba, a finales de 1866.
.....Leí y leí, pero en estas obras sobre Maximiliano, el Segundo Imperio y la Intervención francesa, ya se tratara de memorias o estuvieran basadas en investigación original, cuando llegaba el momento de referirse a los Iturbide, la historia era siempre la misma: errores distorsionantes y vaguedad.
......Sabía que había archivos sobre el emperador Agustín de Iturbide tanto en la universidad de Georgetown como en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, pero yo me encontraba en la Ciudad de México, en épocas antes de la explosión informática en el Internet. Así que mi primera ruta para salir del atolladero tenía pocas probabilidades pero la encontré gracias al historiador mexicano Eduardo Turrent, quien me dio acceso al archivo Matías Romero en el Banco de México (enlace a un PDF). Durante la Intervención francesa, Romero, uno de los grandes estadistas de México, fungió como ministro de la República Mexicana en Washington, donde trabajó activamente contra Maximiliano, cabildeando y reuniendo dinero y armas. En su archivo, entre tesoros incontables, encontré varias cartas de Ángel de Iturbide, solicitando ansiosamente se les permitiera el regreso a México a él y a su familia. Éstas se hallaban fechadas en agosto de 1867, unos dos meses después de la ejecución de Maximiliano. Fueron enviadas desde "Rosedale, cerca de Washington, D.C."
......Rosedale, cerca de Washington, D.C.: ésa era mi guía. Cuando fui a Washington, además de buscar entre es los archivos de la Universidad de Georgetown y la Biblioteca del Congreso, fui a la biblioteca de la Sociedad Histórica de Washington, al salón Peabody de la biblioteca pública de Georgetown y a la división de Washingtoniana de la Biblioteca Martin Luther King.
......Resultó que la familia de Alice, o doña Alicia, era prominente por ambas líneas.
......Me sorprendió descubrir, luego de varias visitas a la biblioteca de la Sociedad Histórica de Washington, en aquel entonces situada en la mansión Heurich de la avenida New Hampshire, que la abuela de Alicia, con su gorro de encaje, Rebecca Plater Forrest, era la del retrato que adornaba el vestíbulo. En la avenida Massachusetts, en la soberbia Casa Anderson, la Sociedad de Cincinnati poseía los registros de la membresía de Agustín de Iturbide y Green, descendiente como lo era del héroe de guerra de Independencia de Estados Unidos, el general Uriah Forrest. Y en la biblioteca de la sede de las Hijas de la Revolución Americana encontré una copia del diario de 1861 de su abuela, Ann Forrest Green. Y respecto a Rosedale, que corona la colina justo detrás de la Catedral Nacional, encontré en distintos archivos numerosos recortes de periódicos, algunos fechados en la década de 1930, que incluían entrevistas con los miembros de la familia de Alicia. También de enorme ayuda me fueron el libro Rosedale: The Eighteenth-Century Country Estate of General Uriah Forrest, de la historiadora de Washington, D.C., Louise Mann-Kenney, y una visita personal a Rosedale, un nevado día de febrero.
......Sin embargo, el mayor acervo de información sobre Alice y su hijo lo encontré en un lugar inesperado, porque, hasta donde yo podía determinar, no tuvieron ninguna asociación con éste durante su vida: los archivos de la Universidad Católica de Washington, D.C. El resto de la vida de Agustín de Iturbide y Green es el tema de mi próximo libro, así que aquí bastará con decir que su carrera en la caballería mexicana concluyó de golpe en 1890, cuando lo sometieron a corte marcial y lo enviaron a prisión durante 340 días por haber publicado en un periódico una carta donde criticaba al presidente Porfirio Díaz. Cuando salió libre, él y su madre volvieron a Washington. En 1892, cuando iba sola a la ciudad de México para concluir algún negocio, Alicia murió repentinamente de una infección en el pie. Pronto, otro inoportuno arranque de decir la verdad dio como resultado la expulsión de don Agustín del exclusivo Club Metropolitano de Washington, aunque muchos de los miembros consideraron esto tan burdamente injusto que años después hubo un intento, sin su cooperación, de restituirle su membresía.
......Y así, quien alguna vez fuera príncipe de México, huérfano, aislado y agobiado por una tuberculosis ósea crónica, empezó a ganarse la vida como traductor de los hermanos franciscanos y, después, como profesor de francés y español en Georgetown. No obstante tuvo un matrimonio feliz, que duró una década hasta su muerte en 1925. El archivo que se encuentra en la Universidad Católica, donado por su viuda, Louise Kearney de Iturbide, contiene sus papeles personales, cuadernos de notas, fotografías y unas memorias de ella escritas a mano, así como muchos recortes de periódicos, entre ellos uno del Washington Star con fecha de 24 de junio, 1939: "Memory of Imperial Fame: Princeling's Widow Refreshes Lost History" (Memoria de la fama imperial: La viuda del principito refresca la historia perdida).
.....¿Por qué, habiendo hecho tanta investigación original, escribí la historia del príncipe en forma de ficción? Quería decir la verdad, lo cual significa, por supuesto, presentar los hechos tan fielmente como sea posible, pero también, y esto es lo que me resulta más interesante, contar una verdad emocional. ¿Por qué Alicia, Ángel, Pepa, Maximiliano y Carlota hicieron lo que hicieron? ¿Quién los animó y los apoyó, y quién los criticó, los intimidó y los frustró y por qué motivos? ¿Qué tipo de incredulidad hizo que Maximiliano de Habsburgo, Archidique de Austria, que tenía una vida encantadora en Europa (aunque se encuentraba desempleado), sacrifica todo, incluyendo sus derechos sagradas como miembro de la Casa de los Habsburgo, para irse a sentar al que llamaban "el trono de cactus"? ¿Qué ambición desproporcionada y cegante indujo a Luis Napoleón a enviar a su ejército al otro lado del océano? ¿Qué temores y esperanzas hicieron que muchos mexicanos, cuando menos al inicio, le dieran la bienvenida, primero al ejército invasor y después a Maximiliano? Con lluvia de flores, nada menos.
......Emociones y debilidades: ese es el territorio ideal de la novela.
......La novela literaria explora lo que significa ser humano. Frecuentamente detrás del velo del tiempo, la humanidad se desvanece. Los Conquistadores, Moctezuma, Agustín de Iturbide, Santa Anna y, por supuesto, Maximiliano con frecuencia parecen más personajes de historietas que seres humanos, que como tales vivían, respiraban e incluso quizá hasta se mordían sus uñas.
......A través de la novela histórica, el escrito procura traer de regreso a la vida a sus personajes— nada menos. Este intento, cuán imperfecto, es una especia de saneamiento pues evica su humanidad. Ambición, miedo, orgullo, envidia, generosidad, lealtad, amor— ¿posiblemente el antojo de una tarta de fresas con crema batida?
......Es a través de detalles específicas, sensuales, que una novela genera la magia que puede. Más bien el lector hace la magia al seguir las instrucciones plasmadas mediante palabras en las páginas para formar las imágenes en su mente. Así, uno puede viajar al tiempo, a este otro mundo, de hecho, a la mera mente de otro ser humano.
...Un ejemplo, tomado de primer capítulo, "La consentida de Rosedale" (traducción de Agustín Cadena):

Así que Alice asistió a la levée de la Casa Blanca, de verde esmeralda, con el collar de perlas de su abuela en su cuello de cisne y una camelia en su pelo. Junto con sus hermanas y su madre, se integró a la multitud que fue serpenteando del foyer al salón de recepciones. Saludaron al presidente y a Mrs. Pierce y luego pasaron al Salón Oriental. Parecía que todo el mundo, excepto negros y vagabundos declarados, estaba ahí. Junto a la ventana, tête-à- tête, se hallaban los senadores Jefferson y Slidell; un señor con un sombrero cual tapón, que parecía duende, y su anticuada esposa, admiraban los candelabros; y ahí estaban su Excelencia el barón de Bodisco, Mrs. Tayloe y Mrs. Riggs y Mrs. Lee con su hija, que llevaba un vestido de una tela de lo más suave y una guirnalda de rosas blancas en botón. Y no faltaba el acostumbrado grupo de cadetes de marina y muchachos del ejército, ni los babosos de los cuales los más rústicos eran los congresistas del oeste; uno podía identificarlos a una milla y media de distancia, igual que a sus esposas tan mal vestidas.
...Dejando a su madre con Mrs.Tayloe, Alice y sus hermanas se abrieron paso entre la multitud. A pesar de que avanzaban despacio, quién sabe cómo fue que quedaron separadas. Por unos momentos, Alice anduvo vagando, tímida, abanicándose. En el Salón Verde, el aire la saludó con una frescura que ya traía el aroma de la lejana primavera, ya que lo habían adornado con un verdadero bosque de palmeras y helechos e impresionantes ramos de flores de invernadero. ...Camuflageados en esa selva se hallaban ahí dos caballeros trés distingués a quienes Alice había tomado por jóvenes empleados del Senado; estaban charlando y chismeando. Más allá, sentadas en un sofá verde y oro, se hallaban sus esposas. Nadie le puso la menor atención, ni siquiera el mesero que chocó con ella haciendo que soltara su abanico. Ninguno de los caballeros se ofreció a recogerlo; ella tuvo que hacerlo sola, lo cual no fue cualquier cosa, encajonada como estaba con tantas crinolinas. Mientras pasaba entre la gente, de un salón a otro, empezó a sentirse enfadada. Sí, sí que lo estaba. ¿Por qué tenía ella que andar como fantasma frente a todos esos don Nadie? No merecían ni una mirada de Miss Alice Green de Rosedale. Tomó una copa de ponche de la primera charola que pasó flotando cerca, le dio un trago y, como le pareció que estaba muy ácido, la vació en un maceta de helechos.
...Acababa de decidir que iba a salirse a esperar afuera, en el carruaje, a que terminara esa desagradable fiesta cuando, cerca de la puerta, la detuvo a medio camino una excrescencia de attar de rosas. El origen le era familiar: se trataba de una conocida, una nueva allegada a su parroquia: madame Almonte, esposa del todavía ignoto embajador de México. Al parecer, la pobre mujer tampoco había encontrado a nadie con quien platicar (¿se la habría pasado nada más mirando por la ventana?). En cuanto vio a Alice, su rostro cansado y envejecido quedó libre de la ansiedad que le causaba su máscara.
....—Meez Grín! —exclamó con su atroz acento, en el que no obstante reverberaba la autoridad de directora de escuela—. Déjeme presentarla
....Tomando firmemente a Alice por el brazo, la dama la remolcó a través de la multitud, alrededor de la mesa del ponche, y, con una palmada en la cintura, la colocó entre dos caballeros. Con un tironcito en la manga, llamó la atención del más viejo, que tenía un aspecto sólido, como de tejolote.
....—La presento, Meez Grín —y, volviéndose a Alice:
—Su excelencia el general Juan Almonte.
....Bajo un par de gruesas y oscuras cejas, dos ojos de obsidiana se fijaron en Miss Green aprobándola con displicencia. Un matíz más moreno que su esposa, ese caballero de nariz aguileña tenía rasgos indudablemente indígenas, aunque éstos se veían atemperados por unas patillas que ya empezaban a platear. Vestía un uniforme de embajador con trenza de oro (aunque los botones se veían algo fruncidos en medio). Hizo una pronunciada caravana, meciendo los flecos de sus charreteras y, con la gracia de un experto, le besó la mano.
....El general Almonte... Alice había escuchado (no recordaba dónde) que el embajador de México había estado en el Álamo con Santa Anna. Tenía un poderoso carisma y, le pareció a Alice, un muy peculiar sentido del humor. Sin que pudiera ella adivinar la razón, le sonrió de lado y luego le guiñó el ojo a su esposa.
....Todavía sin soltar a Alice del brazo, madame Almonte se volvió hacia el caballero más joven, el que había estado conversando con el general:
....—Meez Grín, ¿conoce usted al secretario de nuestra legación?
....Ante ella, también en uniforme diplomático, se hallaba el señor Iturbide. Se reconocieron porque ya se habían visto en la iglesia, pero sucedía que nadie los había presentado formalmente.
....Alice le ofreció la mano con la actitud más recatada, apenas doblando la rodilla.
....—Enchantée —dijo en el momento en que el bigote del señor Iturbide rozaba el dorso de su guante.
....El señor Iturbide usaba un perfume por demás raro y atractivo; contenía (¿sería eso?) un toque de vainilla y limón. Como todo Georgetown sabía, este caballero era uno de los hijos del George Washington de México, tal cual. Aunque, a diferencia del general Washington, el general Iturbide se había coronado emperador. Su breve reinado terminó con la abdicación y el exilio en Europa y, cuando, poco después y de la manera más imprudente, volvió a México, con la ejecución frente a un pelotón de fusilamiento. Fue bajo la protección de la Santa Iglesia Católica como la viuda y sus hijos habían llegado a Washington, a vivir en Holy Hill, en Georgetown, cerca del Colegio Jesuita y el convento de la Visitación. Aun cuando la familia Iturbide habría podido hacerlo, no usaban sus títulos nobiliarios. Criado aquí desde niño, el señor Iturbide hablaba inglés como un yanqui y, con esa palidez que tenía, esos ojos tristes, su pelo negro como ala de cuervo y su frente amplia y pensativa, habría pasado por el hermano gemelo de Edgar Allan Poe. Sin embargo, a diferencia del famoso escritor, el muy elegante señor Iturbide tenía un aire de buena gente que no podía ser indicio de nada más que de una ejemplar rectitud.
...Era, como decían los franceses, un coup de foudre.
......Esta escena está basada en una amplia investigación del entorno social y cultural Washingtoniana de aquella década antes de la Guerra Civil, y del pueblo-barrio de Georgetown, en dónde se encontraba la iglesia católica Trinity, cede de la paroquia de los Iturbide y de la familia Green. Entre los varios libros de tal bibliografía destacan las memorias de la esposa del senador de Alabama, Mrs Clay, A Belle of the Fifties, obra que ofrece una verdadera cornucopia de detalles. Se sabe que Alice Green de Iturbide, por haber sido miembro de la familia Green y descendiente del general Forrest y de los Platers, debe de haber participado en los "levées" en la Casa Blanca, con los cuales, hasta el inicio de la Guerra Civil, se abría la llamada "estación social" del año a principios de invierno. Se sabe también por un artículo de periodico que encontré en la Biblioteca del Congreso que cuando se casaron Angel de Iturbide y Alicia Green, su invitado de honor fue, por supuesto, el jefe del novio, precisamente, el embajador de México en Estados Unidos, el General Juan Almonte.
......¿Cómo se conocieron Angel de Iturbide y Alicia Green? No encontré ninguna documentación específica al respecto. Tuve que imaginar la escena, no había de otra, pero esta libertad me permitió ofrecer un retrato emocional de una señorita unos años antes de su aventura de cuentos de hadas de venir a México, casada con un ex-príncipe, encontrarse con Maximiliano de Habsburgo y, así como si fuera un sueño alucinante, entregar a su primer y único hijo a la corte del emperador.
......¿Quién puede ser esta persona? Joven. A la vez sofistacada y peligrosamente ingenua. Muy fijada en su status social, el cual es a la vez elevado y precario (porque, cómo explico antes, su papá había fallecido y la situación económica de la familia no era para darle un dote importante). Una señorita que goza el ambiente internacional, la sociedad Washingtoniana de aquel entonces (en contraste con hoy) integrada con el cuerpo dipomático. Un desprecio hacia su propia provincialidad en comparación con la sofisticación europea. Una fijación también por cuestiones raciales, con cierta confusión en ubicar los que no son blancos pero tampoco negros. Siente orgullo de su educación— la cual, por supuesto, incluye el aprendizaje a temprana edad de la lengua francesa— y orgullo también de su nombre, su figura social.
......Todo eso adivino. Todas esas características y sentimientos del personaje nos permite llegar a sentir un mucho mayor grado de compasión por él, pues de otro modo, parece incomprehensible. (¡Vendió su hijo a Maximiliano!). No obstante, no sabemos si todo del cuadro que pinto es cierto. Eso es la ficción, ficción al servicio de contar una verdad emocional. Es decir, el arte literario debe de de contar con cierta lógica poética e humana y aún cuando sorprende, nos parece coherente, nos convence y es más, en las palabras del novelista John Gardner, "nos abre la puerta al futuro moralmente necesario."
......Y la libertad de la ficción tiene otra ventaja aún mayor al contar esta historia tan inusual. El protagonista, el último príncipe, Agustín de Iturbide y Green, nacido en 1863 e incorprado a la corte de Maximiliano en 1865, no es tanto una persona como un símbolo de la monarquía futura.
......¿Y dónde viven los símbolos, es decir, las ideas? En la imaginación de los individuos, y dentro de sus corazones. Por eso la novela cuenta con múltiples puntos de vista, desde Maximiliano y Carlota y varios miembros de sus séquitos, las de la familia Iturbide, y hasta personas opuestas a la monarquía, tales como el embajador de los Estados Unidos en Paris, John Bigelow y el guerrillero-bandido en Río Frío.
......Así, nuevamente aterrizamos a la cuestión del corazón y el poder de la forma de la novela para explorarlo. La novela es una educación del corazón, esto es, citando a Franz Kafka, "un hacha para el mar congelado dentro de nosotros."
......Pienso en la forma como una especie de sueño vívido o, si se trata de utilizar un término más moderno, "realidad virtual": le permite al lector experimentar lo que habría sido, digamos, sentarse en la sala y tomar té de jenjibre y pasarles a los presentes una carte-de-visite, bailar en una recepción, abrirte paso entre una muchedumbre vociferante; el olor del aire, cortante como una navaja, en un bosque de pinos. Y esta cualidad de lo vívido es lo que invita al lector —espero— a sentir más simpatía con la gente de esa época, de ese lugar, y lo que lo atrapa en esas situaciones. No estoy diciendo que quiero que el lector necesariamente apruebe las acciones o ideas de los personajes, pero sí que lo experimente su punto de vista y, así, que lo entienda un poco mejor. Dicho de otra manera, el novelista tiene más herramientas para atrapar al lector y para educar a su corazón. Eso ha sido mi meta. El lector decide si lo logré.

* * * * * * * *

BIBLIOGRAFÍA

Reglamento de la corte, segunda edición (1866), México.

Blasio, José Luis (1905), Maximiliano íntimo. El emperador y su corte. Memorias de un secretario particular. México, Librería de la Viuda de C Bouret.

Clay, Mrs. (1904), edición de Ada Sterling, A Belle of the Fifties: Memoirs of Mrs Clay, of Alabama, Covering Social and Political Life in Washington and the South, 1853-66. New York, Doubleday, Page & Company.

Conte Corti, Egon, Caesar (1996), Maximiliano y Carlota, México, Fondo de Cultura Económica.

Gardner, John (1984), The Art of Fiction, Alfred A. Knopf

Mann-Kenney, Louise (1989), Rosedale: The Eighteenth Century Country Estate of General Uriah Forrest, Washington D.C., Louise Mann-Kenney.

Mayo, C.M., (2010), El último príncipe del Imperio Mexicano, Trad. De Agustín Cadena, México, Grijalbo.

Stevenson, Sara Yorke (1899), Maximilian in Mexico: A Woman's Reminiscences of the French Intervention, 1862-1867, New York, The Century.